Necesitamos momentos de contemplación en los que podamos tener buenas conversaciones con Dios. La quietud en nuestra oración es importante porque nos ayuda a desarrollar el hábito de escuchar a Dios, pero el silencio puede ser desalentador o incómodo.  Aquí tienes algunos consejos sobre cómo iniciar esta práctica:

Empieza poco a poco. Trata de enfocar tu atención durante dos a cinco minutos. No te desanimes cuando tu mente divague; esto le sucede a todo el mundo. Vuelve a enfocarte en tu oración o en las Escrituras. A medida que te sientas más cómodo en el silencio, agrega otros 5 o 10 minutos.

Escoge una hora. La oración contemplativa puede ser difícil. Encuentra un momento en el que estés alerta pero no distraído con tus responsabilidades: temprano en la mañana, después de la cena o antes de acostarte.

Busca un espacio tranquilo. Tal vez sea en una iglesia o en un hermoso espacio al aire libre. Si vas a rezar en casa, crea un rincón de oración con una imagen religiosa o un crucifijo, un libro de oraciones o una Biblia y un lugar cómodo para sentarte. Mientras oras, concéntrate en el crucifijo, una vela o en la naturaleza. La belleza y las imágenes religiosas evocan nuestras emociones, ayudándonos a evitar el ruido de nuestra mente para encontrarnos con Dios en nuestros corazones.

Vuélcate hacia la Palabra de Dios. Si quieres meditar en las Escrituras, elige una oración o frase con la que te identifiques. Léela despacio varias veces. ¿Qué te viene a la mente? ¿Qué es lo que más te llama la atención? Permitir que la Palabra de Dios entre en lo más profundo de ti puede ser transformador.

Habla con Dios. Cuéntale lo que estás leyendo o lo que tienes en mente, pero dale espacio para que te responda. Tómate el tiempo para escuchar. Es posible que no escuches ninguna palabra ni sientas nada, pero tener fe en que Dios está presente dará fruto en tu vida.

Adaptado de los escritos de la Hermana Marie Paul Curley de las Hijas de San Pablo.


Northwest Catholic – Abril/Mayo 2024