El 24 de junio celebramos la solemnidad de la natividad de Sn. Juan Bautista. El Evangelio según Sn. Lucas (1,36) nos cuenta que Sn. Juan fue concebido seis meses antes que Jesús, así que la sincronía es la adecuada. Sin embargo, pareciera que la Madre Naturaleza participara en nuestro culto si consideramos que, en varios países, la Noche Buena sucede en un tiempo en que cada día siguiente trae consigo un poco más de luz natural al mundo. La solemnidad de la Anunciación se celebra el 25 de marzo — exactamente nueve meses antes que la Natividad de Jesús —, al inicio de la primavera, otra época en que la luz va en aumento.

La natividad de Sn. Juan Bautista llega al comienzo del verano. Aun siendo hermosos los días de esta temporada del año, cada día posterior a la celebración de este nacimiento trae un poco menos de luz natural al mundo. Muchos predicadores, a lo largo de los años, se han percatado de este patrón en nuestro calendario litúrgico y juegan conectando la natividad de Sn. Juan Bautista con sus palabras en el Evangelio, “Que Él crezca y que yo desaparezca” (Juan 3,30).

Sn. Juan Bautista es una figura muy notable en la Escritura porque representa un puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento en el sentido de que es él el último de los grandes profetas. Sn. Juan Bautista también dio su vida como testimonio de la santidad del matrimonio cuando Herodes lo mandó decapitar tras hablar en contra del matrimonio ilícito del rey (Marcos 6,17-29; Mateo 14,3-12). Esto nos da qué pensar al reflexionar sobre el sacramento del matrimonio en nuestra Iglesia en estos tiempos.

Empero, Sn. Juan Bautista es el más grande de los profetas porque su ministerio apunta directamente a Jesús y le preparó el camino. Él dijo, “Yo los bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El los bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3,11).

Amigos míos, al pasar de la primavera al verano, la solemnidad de la natividad de Sn. Juan Bautista nos brinda una oportunidad de mirar de nuevo a nuestra vida y considerar en oración: ¿Cuáles son los aspectos de mi vida que deben desaparecer para que el Señor crezca? ¿Hay formas en que mi vida pueda tratarse menos acerca de y más acerca de Él? ¿Está mi vida más orientada a construir el Reino de Dios en la tierra, como el discípulo misionero que el Papa Francisco me pide ser, o estoy más enfocado en construir mi propio reino?

Estas son preguntas interesantes porque – haciendo el calendario litúrgico y los datos curiosos a un lado – el único motivo por el que recordamos a Sn. Juan Bautista en lo absoluto, es porque su vida apuntaba hacia Jesús de forma genuina. Al convertirse las épocas en siglos, ¿se dirá lo mismo de nosotros?