El obispo auxiliar de Seattle, ciudadano americano naturalizado, reflexiona sobre su período como Presidente del Comité de Migración de los Obispos de los Estados Unidos

Entrevista por Anna Weaver | Traducción por Mauricio I. Pérez

Mons. Eusebio Elizondo, MSpS, Obispo Auxiliar de Seattle, concluye este mes su trienio al frente del Comité de Migración de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Noroeste Católico se sentó con él en julio para escuchar sus reflexiones acerca de este cargo.

¿Por qué fue importante para usted servir como Presidente de Migración en la USCCB?

Yo nací en Monterrey, México, muy cerca de la frontera y mi padre se preocupaba mucho por los migrantes todo el tiempo. Porque vio a muchas personas irse como migrantes a los Estados Unidos en busca de trabajo, él estaba muy interesado en defender sus derechos. Siempre decía, “Primero que nada, son seres humanos y tienen derecho de buscar una vida mejor en cualquier parte. Pero en segundo lugar, los Estados Unidos mismos necesitan de ese tipo de trabajo.” Así que todos ganamos, como solemos decir.

A mi papá le preocupaban mucho los problemas políticos y sus consecuencias. “Bien, nosotros nunca maltratamos a los norteamericanos aquí en México. Las compañías norteamericanas han estado llegando aquí y nunca hemos peleado contra ellas.” Él siempre recordaba la historia, diciendo, “Todos los estados del sur eran parte de México antes, así que muchas de esas personas no son migrantes, solo van y vienen a ver a sus parientes como acostumbraban y luego de pronto las restricciones en la frontera son más difíciles, y eso no es justo.”

Así pues, por mi pasión por la pastoral para los hispanos y su rápido crecimiento en los Estados Unidos, alguien propuso mi nombre como candidato para presidir este comité. Fui elegido cuando no lo esperaba en lo absoluto.

He sido muy privilegiado de ver toda la obra maravillosa de la Iglesia en los Estados Unidos tratando de servir a los migrantes y refugiados, no solo de América Latina o México, sino de todas partes del mundo. Y es algo admirable y digno de ver.

He tenido el privilegio de viajar a muchos lugares — Asia, África, Europa y otros lugares — para ver la realidad de cuántos miles, incluso millones de refugiados hay por doquier. La mayoría buscan una vida mejor porque se encuentran en pobreza extrema.

Pero al mismo tiempo, muchos, como en Siria ahora mismo, están huyendo de la guerra o la persecución, y es muy doloroso ver eso y ver que toda esta división es causada en muchos casos por la codicia y el poder en manos de muy pocos mientras millones carecen de las necesidades mas básicas.

Nosotros enfrentamos los mismos problemas aquí con los migrantes y refugiados. Y no es un problema fácil de enfrentar porque sabemos que los católicos en nuestras comunidades en de muchas formas, están en desacuerdo con el enfoque que nosotros, la Iglesia Católica, tanto defendemos.

Quisiera enfatizar que por supuesto, que cada país tiene derecho aproteger sus fronteras. La Iglesia tiene que defender esto y debemos preservar la Constitución. Que fue redactada por los ciudadanos y para los ciudadanos.

Ciertamente, esta es una nación de inmigrantes, hablando históricamente. Y como católicos, nuestra fe ha sido perfeccionada, desarrollada y servida por inmigrantes: los irlandeses, los alemanes, los italianos, y ahora los latinos y los asiáticos.

Algo que debemos descubrir como un tesoro, es aquello que los inmigrantes actuales están trayendo: un fuego nuevo, una nueva energía para la Iglesia Católica.

¿Cómo compagina usted la capacidad del país de proteger sus fronteras con el aspecto humanitario de ayudar a quienes buscan una vida una urgente reforma?

Cada país tiene derecho de crear sus propias leyes. Esas son leyes civiles, no leyes naturales ni leyes divinas. Ahora mismo, podemos ver cada día en nuestros vecindarios a lo largo de todos los Estados Unidos que las leyes de migración en este país necesitan mejorarse.

Al mismo tiempo, debemos ser muy honestos en que el mundo se ha convertido — a causa de la globalización y de los medios de transporte con que contamos — en una aldea global para todos los seres humanos.

Depende del gobierno junto con el pueblo mejorar las leyes, para que podamos proteger a las personas que ya son ciudadanas de este país, pero al mismo tiempo seguir ofreciendo el tipo de políticas de bienvenida que hemos tenido a través de la historia.

¿Qué piensa usted que se necesitaría para convencer a más católicos estadounidenses de que la inmigración debería ser un aspecto más relevante entre los asuntos de la fe en la Iglesia?

Creo que es cuestión de fe. Jesús nos hizo a todos sus hermanos y hermanas. No decimos, “los que nacieron en la misma tierra que yo son mis hermanos y hermanas.” No. Todos los seres humanos somos hermanos y hermanas en Cristo Jesús.

Y así nosotros, los bautizados, somos llamados a ser discípulos del Señor y a predicarlo por el mundo. Tenemos la obligación moral de ser diferentes, desarrollando nuevas formas de fraternidad y esa apertura de acogida familiar hacia todos.

Al mismo tiempo, es un equilibrio. No decimos en nuestra casa, “abramos todas y cada una de nuestras puertas para que todos sean bienvenidos.” Tenemos derecho a nuestra privacidad. Pero tampoco deberíamos poner 10 candados en la puerta porque le tenemos miedo a todo el mundo. Me refiero a que ya estamos viviendo con miedo en vez de vivir en esa libertad que pregonamos.

La mayoría de esta gente llega a nuestras fronteras en necesidad extrema, buscando una vida mejor o huyendo de una violencia tremenda o de amenazas a sus vidas. Y como dice la Declaración de Independencia, todos somos creados igual ante Dios y todos tienen derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

He viajado a muchos países y he visto la increíble miseria, no solo financiera, sino en la privación de la libertad de las personas. Y a pesar de ello, los seres humanos son seres humanos y solo buscan servir y amar a sus familias.

¿Hubo algún viaje en particular que se le haya impactado?

Yo diría que dos momentos especiales me tocaron.

El primero fue cuando visité un centro de detención para mujeres y niños cerca de San Antonio. Cuando vi mujeres y bebés detenidos ahí como en una prisión, por meses y meses— y la mayoría de ellos tras huir de la violencia, el odio y la pobreza en Centroamérica — en verdad se desgarró mi corazón. Ese tipo de personas no son una amenaza a nuestra comunidad en lo absoluto. Son madres con sus bebés .

Y esos bebés están creciendo en sus primeros años en un ambiente cerrado, rodeados por guardias y alambre de púas. Fue devastador, doloroso ver aquello.

El otro momento fue en Birmania. Hay miles de refugiados debido a la guerra interna y a la persecución solo por la etnicidad. Algunas personas no son consideradas merecedoras de ningún derecho solo porque pertenecen a una etnia distinta.

Incluso en ese país tan pobre, vi personas con mucho dinero. Pequeños grupos concentran toda la riqueza de la nación y el resto vive en una horrenda miseria. Y esto empuja a las personas a hacer lo que sea para sobrevivir. Estoy hablando de niñas pequeñas enredadas en la pornografía o en la prostitución; incluso padres vi vendiendo a sus propios hijos con tal de sobrevivir.

Me hizo llorar ver esta realidad; descubrir que en 2016 todavía tenemos estos problemas en nuestro mundo. Y la gente permanece ciega, defendiendo su propia posición o riqueza, sin promover una condición un poco mejor para todos. Yo diría que es el diablo todavía actuando con mucha fuerza entre nosotros, dividiéndonos sin dejarnos ver el rostro de un ser humano.

¿Qué puede hacer el católico común para ser más consciente de los problemas de migración?

Yo invitaría a todos a ver los tipos de servicios que tenemos todos los días y que damos por descontados. ¿Quiénes prestan esos servicios? No me refiero solo a visitar los campos y ver a las personas que cultivan nuestras verduras y frutas. No, no. Aquí en la ciudad, simplemente el mantenimiento en los hoteles y restaurantes y resorts y en todo, ver a las personas que realizan todos los servicios y comenzar a hablar con cualquiera de ellos y escucharlos

Y descubrirán un ser humano, y descubrirán cuán maravillosas son estas personas y cuánto gozo sienten muchas de ellas solo porque tienen un empleo, que para nosotros pareciera un empleo insignificante. Ellos están agradecidos de tenerlo y de tener la oportunidad de servir.

Al concluir su ciclo como presidente de este comité, las elecciones de noviembre se aproximan. ¿Algún comentario acerca de la política y los problemas de migración?

Es triste para mí ver que a pesar del diálogo continuo con el Presidente Obama y otros jefes de gobierno, no pudimos conseguir una reforma migratoria, que es necesaria y urgente. Y no sé si el futuro sea prometedor. No lo parece con los políticos que tenemos ahora.

A causa de los horrendos, terribles e innombrables ataques terroristas, la gente tiene mucho miedo en los Estados Unidos de que tengamos inmigrantes o refugiados que sean terroristas y una amenaza para la nación. Por supuesto, no estamos tratando de convencer al gobierno de abrir las fronteras o de suavizar el escrutinio de la gente que viene a este país. De ningún modo. El gobierno tiene el deber de protegernos.

Pero nosotros los cristianos y católicos somos los faros para hacerlo de una forma digna y acogedora, porque este es un país que acoge a los migrantes desde su fundación.

Esta entrevista ha sido editada y condensada

Noroeste Católico - noviembre 2016