En el Evangelio según Sn. Mateo, Jesús reprende a escribas y fariseos porque ellos mismos no entran en el cielo ni permiten que otros lo hagan (Mateo 23). Entonces Jesús va más allá hablando de la importancia del altar, el templo y el cielo. Obviamente, todos estos son importantes en la vida espiritual, ya que desempeñan un papel relevante en nuestra relación con Dios.

Como obispo, cuyo ministerio es similar al de los escribas y fariseos de la época de Jesús, estas palabras de Jesús me mueven a examinar mi vida y práctica espiritual. Escribo a finales de agosto y he comenzado mi preparación personal para participar como delegado este octubre en el Sínodo sobre la Sinodalidad en Roma. La prioridad de esta preparación es renovar mi vida de oración, mi propia sensibilidad a la impronta del Espíritu Santo dentro de mi corazón y, especialmente, en la vida de la Iglesia.

Baste decir que hay espacio para la renovación en mis prácticas espirituales de oración, silencio, contemplación y docilidad al Espíritu Santo. Mientras Jesús hablaba sobre el altar, el templo y el cielo, encontré estas buenas categorías para mi propio examen y, aún más, como una instrucción para que todos nosotros escuchemos de Jesús las verdaderas prioridades de la vida de cada cristiano.

Durante la mayor parte de mi sacerdocio, desde que fui ordenado en 1992,  he sentido que nosotros, como sociedad e Iglesia, necesitaríamos la intervención divina para ayudarnos a restablecer nuestras prioridades. Incluso las personas de buen corazón podemos equivocarnos cuando nos absorbemos en caminos mundanos, distraídos con las responsabilidades diarias hasta el punto en que nuestras vidas comienzan a girar en torno a nosotros mismos en lugar de en Dios y los demás. No creo que la “intervención divina” vendrá en la forma que siempre he vislumbrado, tanto como sucederá por una gracia de Dios que nos abre los ojos al misterio y milagro de la vida que nos rodea perpetuamente.

En una parábola, Jesús habla de un hombre que va de viaje y confía sus posesiones a sus siervos para que las custodien (Mateo 25,14-30). La realidad es que todo lo que tenemos, desde la vida misma hasta todo dentro de esta vida, es un regalo de Dios, confiado libremente a nosotros como buenos administradores. Reconocer esta realidad fundamental es el punto de partida para vivir cada momento de la vida con y para Jesucristo. Aquí comenzamos a ver la importancia del Reino de los Cielos, el papel de la Iglesia (templo) para todos los bautizados, y el papel y la importancia de la vida sacramental, especialmente la Eucaristía (altar), para vivir bien nuestra vida en Cristo y servir bien a cada uno de nuestros prójimos en el nombre de Cristo.

Estoy agradecido de que el Señor esté despertando en mí un espíritu renovado para participar mejor en este sínodo que busca renovar la vida de la Iglesia universal. Como Sn. Pablo, estoy agradecido por cada uno de ustedes y por su fe en Jesucristo. También dice: No hagan nada para entristecer al Espíritu Santo. Compórtense para complacer a Dios, que desea su santidad (I Tesalonicenses 4). Pido porque cada uno de nosotros ore para que la gracia se despierte en nuestra propia fe pasando más tiempo en oración, recibiendo los sacramentos y sirviendo unos a otros en el nombre de Cristo. Hagamos de Cristo nuestra prioridad en todos los aspectos de la vida.