La Madre Josefa del Sagrado Corazón, la mujer que ayudó a edificar la Iglesia Católica en el oeste de Washington con su liderazgo y sus dones —desde el bordado hasta la carpintería y el diseño— celebraría su 200° cumpleaños el 16 de abril.  

Durante sus 46 años de ministerio (1856-1902) en el noroeste, ella sirvió como la primera lideresa de las Hermanas de la Providencia en el oeste, estableciendo 29 hospitales, orfanatos y escuelas, incluyendo el Hospital St. Joseph, el primer hospital del noroeste y la Academia de la Providencia, ambos en Vancouver. 

Como figura clave en la historia del oeste de Washington, la Madre Josefa es honrada con una estatua en el Capitolio de los Estados Unidos e ingresó al Puget Sound Business Hall of Fame (Salón de Fama de Puget Sound) en el año 2002. Gracias a las iniciativas de algunos alumnos de sexto grado en 1999, el 16 de abril es el Día de la Madre Josefa en el Estado de Washington. 

La Madre Josefa del Sagrado Corazón

HUMILDES INICIOS

La Madre Josefa nació como Esther Pariseau en 1823, en la granja familiar en el pueblo de Saint-Elzéar, no lejos de Quebec, Canadá. Cuando ingresó a la congregación de las Hermanas de la Providencia, una comunidad recientemente establecida en Montreal, trajo consigo una cantidad de dones, habilidades y una aparentemente inagotable capacidad para trabajar. 

“Le aseguro, Madame, algún día ella será una muy buena madre superiora”, dijo su padre, Joseph Pariseau, a la Madre Emilie Gamelin, fundadora de las Hermanas de la Providencia.  

Él tuvo razón. Esther —quien tomó el nombre de Hermana Josefa— probó ser de incalculable valor para la nueva comunidad. Cuidó de los ancianos, de los enfermos durante las epidemias de tifus y cólera y estuvo al lado del lecho de la Madre Gamelin cuando sucumbió al cólera en 1851. También manejó habilidosamente las finanzas de la comunidad. 

Entonces, cuando el obispo A.M.A. Blanchet llegó buscando hermanas que lo asistieran en su nueva misión diocesana en Nesqually, la Hermana Josefa fue obviamente la elegida para guiar a la nueva comunidad. Ella y cuatro hermanas más se trasladaron a Vancouver, en el territorio de Washington. Pasaron por muchos inconvenientes y varios peligros reales —su viaje concluyó dramáticamente cuando su barco, el Columbia, estuvo a punto de hundirse en la boca del Río Columbia.

La Madre Joseph, en el extremo izquierdo, y sus hermanas que salieron del Oeste a pedido del Obispo A.M.A. Blanchet.

Durante toda la travesía, la Hermana Josefa (ahora Madre Josefa del Sagrado Corazón) fue una fuente de fortaleza, al menos por fuera. Solo la Madre Caron, en Montreal, conoció lo que llevaba en su interior. En una carta, la Madre Josefa escribió: “La idea de ser responsable de guiar a otros, de manejar una casa, capacitar a las hermanas más jóvenes, mi falta de experiencia, mi naturaleza malhumorada, mi ignorancia —todo parecía superarme…aun así, tenía que mantener la compostura por el bien de los otros”. 

COMENZAR DE CERO

Cuando las hermanas llegaron a Vancouver el 8 de diciembre de 1856, nada estaba preparado para ellas. Antes de ir a dormir la primera noche, tuvieron que transformar parte del ático de la residencia del Obispo Blanchet en un convento. La Madre Josefa inmediatamente se puso manos a la obra: Cajas de madera se convirtieron en sillas; una tabla se convirtió en repisas para colocar libros de oraciones y en una mesa plegable donde las hermanas podían comer. 

“Cuando la Madre Josefa y sus compañeras llegaron a Fort Vancouver en 1856, inmediatamente se remangaron la camisa y las faldas y se pusieron a trabajar”, relató la Hermana de la Providencia, Barbara Schamber, actual lideresa provincial de la Providencia de la Madre Josefa de las Hermanas de la Providencia. 

Al llegar el Miércoles de Ceniza de 1857, se habían mudado a una residencia que habían construido aparte. El Obispo Blanchet dedicó una pequeña capilla para las hermanas y reservó el Santísimo Sacramento en un tabernáculo creado artesanalmente por la Madre Josefa. Antes de que las hermanas hubieran pasado seis meses en Vancouver, habían iniciado ya tres ministerios en esa pequeña construcción: una escuela, un orfanato y el hospital. 

La Madre Josefa elaboró este tabernáculo, utilizado por el primer convento de las hermanas en 1857.

Daban alimento y cuidaban de los necesitados, incluyendo a madres que apenas podían vestir y alimentar a sus hijos, manifestó la Hermana Bárbara. 

“Siempre oraban y confiaban que podían llegar a las almas de las personas por medio del ministerio de asistencia a las necesidades físicas primero”, agregó. “Contaban la cantidad de pobres que asistían en vez de la cantidad de personas que lograban convertir”. 

La Madre Josefa tenía gran capacidad de trabajo, de soñar, diseñar y construir, pero tratar con las personas era algo más difícil para ella. Podía irritarse fácilmente y ser impaciente, especialmente ante cualquier señal de haraganería o incompetencia. 

“La Hermana Josefa era muy piadosa, tenía gran celo y ardor por las buenas obras de la Providencia”, manifestó el Obispo Blanchet en una carta a un hermano obispo, “pero también es muy presurosa…por lo tanto, hace sufrir a sus hermanas, aunque estoy seguro de que sus intenciones son buenas”. 

La Madre Josefa a menudo estaba frustrada consigo misma.  

“Soy incapaz de hacer un bien”, escribió al Obispo Larocque en Canada. “Aun así, al mismo tiempo, estoy feliz de estar aquí y de hacer estos sacrificios por nuestro Señor y de permitir que mi vida se consuma en su santo servicio”. 

‘LO QUE CONCIERNE A LOS POBRES, SIEMPRE SERÁ ASUNTO NUESTRO’ 

Una década después de que llegaran las hermanas a Vancouver, la querida misionera y amiga de la Hermana Josefa, la Hermana Praxedes, se convirtió en la nueva superiora de la comunidad. Aunque el cambio trajo decepciones, también trajo Alivio. La Madre Josefa era libre para enfocarse en lo que más le preocupaba —establecer nuevos ministerios y servir a los pobres.  

“Cada vez más, siento que solo seré feliz acompañando y brindando alivio a los destituidos”, escribió la Madre Josefa al Obispo Larocque. 

En la década de 1890, cuando tenía ya más de 70 años, la Madre Josefa comenzó a aminorar su paso. Se sometió a un tratamiento contra el cáncer, pero éste luego regresó, eventualmente extendiéndose a un ojo. Incluso peor que el insoportable dolor fue la pérdida de ese ojo, ya que significaba que no podría realizar el trabajo que amaba. 

En los primeros días del año 1902, estuvo claro que la Madre Josefa estaba por morir y el Obispo Edward O’Dea le administró los últimos ritos. La biografía “The Bell and the River” (La campana y el río) cuenta cómo, con las hermanas reunidas alrededor de su lecho de muerte, la Madre Josefa rogó que la perdonaran y expresó su amor por la comunidad. Sus últimos pensamientos fueron sobre sus amados pobres: “Hermanas mías, lo que concierna a los pobres siempre será asunto nuestro”. 

La Madre Josefa fue clave en la construcción de la Academia Providence Academy en Vancouver, que originalmente albergó una escuela, un orfanato y las oficinas de gobernanza de las Hermanas de la Providencia. El edificio está listado en el Registro Nacional de Sitios Históricos.

La Madre Josefa falleció el 16 de enero de 1902 y sus restos fueron colocados entre las Hermanas de la Providencia en St. James Acres (actual cementerio Mother Joseph Cemetery) en Vancouver, en medio de una efusión de elogios y gratitud de toda la comunidad. La Madre Mary Antoinette, superiora general de las Hermanas de la Providencia, la describe como un “modelo perfecto de una Hermana de la Caridad, ¡con un alma ardiente y una voluntad de hierro!”

Doscientos años después de su nacimiento, el ejemplo y legado de la Madre Josefa son más poderosos que nunca. 

“La Madre Josefa vivió una vida de compasión, fe y determinación y sirvió como modelo para la mujer de hoy”, expresó la Hermana de la Providencia Susanne Hartung, oficial de la misión para los sistemas de salud de Providence. “Imitar a la Madre Josefa es seguir el mensaje del Evangelio”.

CÓMO ENCONTRAR A LA MADRE JOSEFA HOY

• Visite la protocatedral de St. James el Grande en Vancouver. El tabernáculo en la capilla de adoración se atribuye a la Madre Josefa y ella creó el modelo de cera y el bordado en la túnica de las reliquias de St. Lucien debajo de un altar adyacente. 

• Ore a la tumba de la Madre Josefa en el Cementerio Mother Joseph Cemetery, 1401 E. 29th St., Vancouver. 

• Tome un tour de la Academia Providence Academy, ahora ocupada por el The Historic Trust, thehistorictrust.org/providence-academy-2.

 • Conozca la vida de la Madre Josefa y su ministerio en los Archivos de la Providencia en: providence.org/about/providence-archives/history-online

• Lea la biografía oficial de la Madre Josefa “The Bell and the River,” por la Hermana de la Providencia Mary of the Blessed Sacrament McCrosson.

La Madre Josefa bordó este velo del tabernáculo usando esténciles de bronce.