P: ¿Cuál es el modo correcto de dar el saludo de paz en la Santa Misa?

R: El saludo de paz puede darse de diferentes maneras; su significado es mucho más importante que la forma en que se exprese. Cuando comprendemos más el sentido y significado de lo que hacemos, apreciamos más por qué lo hacemos inmediatamente antes de recibir la Comunión.

Comencemos con el significado de paz, que es una palabra que empleamos con frecuencia, pero no siempre con el mismo sentido.

Es probable que la mayoría de nuestras ideas acerca de la paz tenga que ver con situaciones de angustia, tales como la guerra entre naciones o pueblos padeciendo revueltas, intercambios hostiles en nuestros discursos cívicos o individuos agobiados con preocupaciones. En respuesta a estas situaciones problemáticas, las personas de todos los credos y culturas suelen desear y pedir “paz”. Este tipo de paz en realidad solo significa la ausencia de la violencia y el desasosiego.

Como discípulos de Jesús, estamos llamados a ser instrumentos de la justicia y la sanación de Dios para todos los que sufren violencia. Esto, sin embargo, no es la paz verdadera que celebramos y por la que pedimos en Misa. Es esta la paz que busca el mundo, pero como Jesús nos dijo, Él vino a traer paz “no como la da el mundo” sino como la da Dios. (Juan 14,27)

La paz que Cristo trae no es meramente la ausencia de violencia, sino el fruto de la justicia y el amor (Cf. Gaudium et Spes 78), o como lo expresó el Papa Sn. Pablo VI, “Si quieres la paz, trabaja por la justicia”.

En el mundo judío de Jesús, la gente pensaba que la paz era el resultado de vivir una relación justa con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo alrededor. Estar en una relación justa consistía en un estado de justicia al tratar a los demás con respeto por su dignidad otorgada por Dios. Tal estado de justicia traía la harmonía a los individuos y a las naciones.

Mientras que el mundo pudo haber esperado que esta paz surgiera de las relaciones correctas, tal justicia no era posible debido a los efectos del pecado. Fue solo con el nacimiento de Jesús que los coros angélicos pudieron proclamar por fin, “paz en la tierra”. Jesús es el único que puede derrotar los efectos enajenantes del pecado que nos separan de Dios y de cada uno.

Nuestro Señor consiguió esta gran reconciliación a través de su muerte en la cruz con la que conquistó de una vez y para siempre el poder del pecado y de la muerte. Es esta gran reconciliación la que restablece la amistad perdida entre Dios y la humanidad. Es por lo que la cruz de Cristo es la fuente de nuestra paz, porque es la fuente de nuestra justa relación restaurada, nuestra justificación, con Dios. Sn. Pablo hace eco a esta verdad: “Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz … De este modo, hizo las paces y reconcilió con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad”. (Efesios 2,13-16) Esta inmensa gracia que Jesús obtuvo para nosotros a través de la cruz del Calvario es una que debemos elegir, aceptar y vivir.

Tras la muerte y resurrección del Señor, se apareció a los discípulos que estaban ocultos. (Cf. Juan 20,19-23) Las primeras palabras que les dirigió no fueron para reprenderlos por negarlo y abandonarlo, sino de sanación, misericordia, perdón y reconciliación: “La paz sea con ustedes”.

En ese momento, ellos supieron que la misericordia de nuestro Señor siempre es más grande que su pecado. Jesús compartió entonces el don del Espíritu Santo y los habilitó para continuar esta misión de perdón y reconciliación en el mundo.

Nosotros podemos experimentar la paz de Cristo aun en las situaciones más angustiosas de la vida. Se trata de una paz que proviene de conocer y experimentar la presencia de Dios con nosotros, perdonándonos y amándonos. Es la paz que permitió a los grandes mártires avanzar hacia la muerte con confianza y orando por sus perseguidores. Es la paz que guio a los grandes santos a perseverar con fidelidad incluso cuando enfrentaron gran oposición y rechazo. Dante expresó bien esta verdad en la Divina comedia: “En su voluntad está nuestra paz”.

Cuando nos damos el saludo de paz en Misa, lo hacemos con las mismas palabras que Jesús dijo a sus discípulos, “la paz sea contigo”, porque en nuestro bautismo nos hicimos miembros del cuerpo de Cristo y en la Eucaristía somos formados aún más en su cuerpo místico en la Iglesia.

El saludo de paz, entonces, es más que desear a la gente que esté libre de violencia y angustia. Es más todavía que desearles una relación justa. Nuestro saludo de paz es nuestra respuesta voluntaria como miembros del cuerpo de Cristo de ser ministros unos de otros de la reconciliación que Jesús obtuvo para nosotros en la cruz. Somos literalmente Cristo para Cristo. Es también un momento en que nos animamos unos a otros a conocer y confiar en la presencia de Dios, su amor y misericordia y a perseverar en cumplir la voluntad de Dios.

Es este un momento sagrado en que las divisiones en el cuerpo de Cristo son sanadas mediante la gracia de Dios que pasa entre nosotros. Esta sanación pretende suscitar una comunión auténtica entre nosotros al tiempo que nos preparamos para recibir y compartir nuestra comunión más profunda con Dios en la Eucaristía.

El saludo de paz no es un intermedio, es ministerio interno dentro del cuerpo de Cristo para unirnos como cuerpo de Cristo y así prepararnos a recibir plenamente el cuerpo de Cristo. La forma como damos este saludo de paz siempre debe ayudar a los demás a experimentar esta profunda gracia salvífica en sus vidas.

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Noroeste Católico – Mayo 2019