Sí, este mes celebramos la fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan Letrán (9 de noviembre).  En un sentido real, la iglesia de la catedral de Roma es una madre que nos ha venido enseñando lo que significa la iglesia por más de 1700 años. Vale la pena escuchar las lecciones que esta iglesia tiene que ofrecer en el Pacífico Noroeste hoy en día.

La primera lección es de su mero tamaño. Cuando Constantino legalizó el cristianismo a principios del cuarto siglo, hizo posible que los cristianos alabaran públicamente por primera vez. Los templos en el mundo antiguo eran pequeños, porque las personas no participaban de la alabanza. Solo el sacerdote entraba al santuario para ofrecer el sacrificio. Las personas permanecían afuera mientras el sacerdote alababa en nombre de ellas.

Así que podrán imaginarse la sorpresa de Constantino cuando le preguntó al Papa Silvestre: ¿Cómo de grande quieres que sea el templo? Y el Papa respondió: ¿Cuán grande lo puedes construir? La lección: La Misa nunca es algo que observamos como espectadores, sino siempre algo en lo cual participamos. Nadie puede orar por nosotros. Si somos verdaderos participantes, cada lectura de las Escrituras hablará a nuestro corazón y cada Eucaristía será un encuentro con Jesús que cambiará nuestras vidas.

La segunda lección de San Juan Letrán está en las columnas y pilares bellamente tallados en el bautisterio. Estos fueron tomados de monumentos imperiales de Roma. Los constructores pudieron haber utilizado nuevos materiales, pero decidieron extraerlos de otros edificios para enseñar la verdad de la fe: en el bautismo, eso que es secular se convierte en sagrado; eso que es profano se incorpora profundamente al Cuerpo de Cristo.

Esas piezas de mármol y pórfido solían adornar los monumentos de emperadores paganos asesinos. Eran símbolos de todas las fuerzas del pecado y la muerte que intentaron destruir el cristianismo— pero a través del bautismo, se convierten en una hermosa parte de la iglesia. Este es el poder del bautismo: cambia a las personas y las renueva en Cristo. El bautisterio de San Juan Letrán nos recuerda que no hay pecado que sea más grande que la misericordia de Dios.

La lección final está en los pilares revestidos en bronce cerca del altar del reposo para el Santísimo Sacramento. En el año 30 antes de Cristo, cuando Augusto conquistó la fuerza naval egipcia de Cleopatra, confiscó los barcos y extrajo sus proas —la decoración en bronce de las mismas. Derritió el bronce y lo moldeó en cuatro pilares para el templo de Júpiter en la Colina Capitolina. Éstos eran un símbolo de que una nueva era había comenzado — se había formado el Imperio Romano.

Constantino entregó esos pilares a la basílica para hacer una declaración similar: nace un nuevo día, una nueva era, se abre un nuevo capítulo en la historia del mundo.  El cristianismo ya no es privado; es ahora testimonio público que forma sociedades y transforma culturas. Estos pilares nos recuerdan que debemos ser valientemente proféticos en nuestro testimonio de fe, que la iglesia tiene una voz que es necesaria en los asuntos mundiales. Tenemos que recordar esto — hoy más que nunca—  para no permanecer callados y para que las columnas de San Juan de Letrán no pasen a ser más que interesantes artefactos del pasado.

Noroeste Católico - Noviembre 2020