A pesar del humo de los incendios forestales y de las limitaciones por el COVID-19, Linda Ellis condujo una mañana de septiembre a un edificio de viviendas compartidas en Seattle.

Le esperaba un hombre de 29 años de edad llamado Wes, quien había sido recientemente liberado de la cárcel estatal de Shelton luego de cumplir una sentencia de cuatro años. Ellis nunca hizo preguntas sobre su crimen — “algún tipo de asalto,” recuerda. 

Wes se dispuso a subir al coche. “Está bien si deseas sentarte en el asiento de adelante si no nos sacamos el tapabocas”, le dijo Ellis, aunque era la primera vez desde el mes de marzo que alguien más, aparte de su esposo, se subía a su coche con ella.

Ellis, de 74 años y miembro de la Parroquia San José de Seattle desde hace muchos años, estaba conduciendo a Wes a una consulta con el funcionario de la correccional, un requisito al comenzar su vida fuera de los muros de la prisión.

“‘¿Cómo te está yendo?’ es la conversación que mantuvimos,” relata Ellis. “Hablamos acerca de cómo sería tener un empleo. Él estaba abrumado, es un proceso lento.”

Ellis, una maestra de escuela jubilada, conoció a Wes por medio del ministerio llamado Una Parroquia, Un Preso, que ha estado funcionando en San José por cerca de dos años. Conocido como OPOP, el ministerio ayuda a que los feligreses establezcan relaciones con reclusos que prontamente serán dejados en libertad  —a través de cartas escritas, llamadas telefónicas y visitas a la cárcel — con el objetivo de facilitar su transición de regreso a la sociedad.

“Es como cobijarlos bajo tus alas y hacerles saber que no están solos”, dijo el Diácono Steve Wodzanowski, de la parroquia San José.

‘Todos tenemos demonios’

Las parroquias de San José, Santa Teresa de Calcuta en Woodinville y Nuestra Señora Estrella del Mar en Bremerton se encuentran entre la decena de iglesias de diferentes denominaciones que decidieron probar el programa Una parroquia, Un preso/ One Parish One Prisoner.

El ministerio fue iniciado por Chris Hoke, un pastor presbiteriano y capellán de pandilleros y presos en el condado de Skagit, después de que le dijeran que el número de presos en el estado de Washington era aproximadamente igual al número de iglesias. Hoke, fundador de Underground Ministries, no sabía si esa estadística era correcta, pero pensó que era una idea maravillosa conectar a parroquias con prisioneros. Había observado de primera mano la dificultad que experimentaban los ex reclusos para reinsertarse a la sociedad después de cumplir su condena.

Hoke contactó con Joe Cotton, director de Cuidado Pastoral de la Arquidiócesis de Seattle, una conexión que llevó a Una parroquia, Un preso de ser una “idea gestándose en el sótano de una casa” a un “proyecto formal”, cuenta Hoke.

Cotton hizo el llamado a católicos locales para que participaran, al principio contactando con ministerios carcelarios con una vasta experiencia.

Uno de los que respondieron fue un feligrés de Santa Teresa de Calcuta, Mark Straley, quien se autodefine como miembro de Alcohólicos Anónimos desde 1992 y quien, en su vida pasada en California, había vivido una década “frecuentando la prisión regularmente”.

“Nunca cumplí una condena, pero sí pasé tiempo en la cárcel, así que es un lugar muy familiar para mí”, comenta Straley.

No necesitó pensarlo dos veces para ayudar a un recluso que pronto sería puesto en libertad a reinsertarse en la sociedad — para Straley, ayudar a los necesitados es parte del legado del santo patrón de su parroquia. “Según mi forma de ver, o decimos que sí o cambiamos el nombre de la parroquia”.

La decisión de formar parte del ministerio fue fácil para la parroquia Nuestra Señora Estrella del Mar, donde el feligrés Jim Johnson estaba ya involucrado en el ministerio carcelario. A la parroquia le correspondió Tracy, a quien Johnson había conocido durante sus cuatro años de visitas a los Centros Correccionales de Mission Creek para mujeres, en Belfair. Ella nunca se perdía los eventos de los lunes y los miércoles, que incluían servicios de oraciones eucarísticas, películas acerca de los santos y discusiones sobre el catecismo o sobre cómo vivir una vida virtuosa, relata Johnson.

Todos tienen cosas que superar del pasado, declara Jim Johnson, voluntario del programa Una parroquia, Un preso y miembro de la parroquia Nuestra Señora Estrella del Mar de Bremerton. Detrás de él se encuentra una escultura de Cristo representado como prisionero. Foto: Stephen Brashear

“Ella llegó a nosotros como no-católica, pero se enamoró con lo que estábamos haciendo allí”, continúa Johnson. Mientras estaba en la cárcel, Tracy fue bautizada en 2017 por el Obispo Auxiliar Daniel Mueggenborg. Antes, ese mismo año, salió de la prisión por medio de un programa de libertad condicional sujeta al trabajo, avanzando seis meses más tarde al monitoreo a través de un aparato electrónico sujetado a los tobillos, durante el verano de 2020. Inmediatamente comenzó a asistir a Misa en Nuestra Señora Estrella del Mar.

“Ella ha estado luchando”, manifestó Johnson a finales del verano. “Está buscando guía espiritual”.

Algunos de los familiares de Tracy que residen en la zona sufren de adicciones, y uno de ellos se puso en contacto con ella un domingo recientemente. “Ella no se lo esperaba”, relata Johnson. “Nos sentamos con ella por un largo rato”.

Todos tienen cosas en su pasado “que nos hacen ser no tan diferentes” de otros ex-reclusos, declara Johnson. “Todos tenemos demonios”.

La transformación: una calle de doble sentido

Un grupo base de feligreses de San José ha establecido contacto con dos ex-reclusos: Wes, y antes que él, Diego.

“Desde la primera vez que lo conocí, pensé que era un alma tan amable y gentil”, dijo la feligresa Leslie Overland sobre Diego, quien llegó a los Estados Unidos cuando era niño, fue encarcelado a los 16 años y pasó 10 años tras las rejas. “Es una persona increíblemente inteligente y curiosa. Tenía mucha paz. Eso era algo que se podía sentir en él”, expresó Overland.

La situación de Diego también educó a los feligreses sobre los sistemas penitenciarios y de inmigración, que Overland describe como muy deteriorados. Debido a que la tarjeta verde de Diego expiró mientras estaba en prisión, se programó la deportación para llevarse a cabo inmediatamente después de su liberación.

Cotton, el director de Cuidado Pastoral, recuerda haber visitado a Diego cuando éste eligió ser deportado en lugar de pasar otros tres o cuatro años en un centro de detención luchando por permanecer en los Estados Unidos. Le explicó a Cotton cómo la relación con los feligreses de San José había afectado su vida.

“Nunca lo olvidaré”, dijo Cotton. “Él fue quien dijo: 'Puedo confiar de nuevo, y nunca pensé que eso era posible. Esas personas no tienen idea de lo que han hecho por mí”.

Ninguno de los feligreses que pasaron tiempo con Diego anticipó la deportación como un resultado de sus esfuerzos. Como dijo Cotton, El Evangelio no se trata del final de un libro de cuentos, sino de una transformación.

Y la transformación es una calle de doble sentido.

“La comunidad parroquial será transformada, así como la persona a quien se ayuda es transformada por la comunidad”, afirmó Cotton.

Overland está de acuerdo. “Lo que comienza como un ministerio se convierte en una relación”, dijo, “y como todo, ya sea un nuevo trabajo o una nueva ciudad o una cita a ciegas, se convierte en una relación en la que las personas se benefician, crecen, aprenden y comparten .

JoeRay abraza a un miembro del equipo OPOP durante la visita al interior de una cárcel. Foto: Chris Hoke

Practicando lo que se predica

Jim Bloss, miembro de la Parroquia Santa María del Valle en Monroe, explica que la misión de OPOP está directamente alineada con la fe católica.

“Si eres un verdadero creyente en los siete principios de justicia social delineados por la [Conferencia Episcopal de los EE.UU.], entonces deberías tomar acción”, afirma Bloss, un militar veterano que se autodenomina “nacido de nuevo católico”. “Deberías estar allí afuera convirtiendo tus palabras en obras”.   

Bloss, quien participa en OPOP con una iglesia presbiteriana cercana, relata que la decisión de involucrarse en el ministerio fue fácil, al ser ya voluntario en prisiones por medio de la Alianza Nacional para Enfermedades Mentales y conociendo gente que ha entrado y salido de la cárcel. Pero comprende por qué otros católicos tal vez duden en involucrarse.

“Lo que yo diría es que, incluso cuando solo de pensamiento quieres participar, ese puede ser el Espíritu Santo que te está llevando en esa dirección”, declara Bloss.

Aunque OPOP encarna las enseñanzas sociales católicas, “no he tenido tantas personas golpeando a mi puerta queriendo participar”, declara Cotton.” Me encantaría que 50 parroquias estuvieran participando”.

Aunque es un pequeño grupo de personas en una parroquia la que se involucra directamente con un ex-prisionero a través de OPOP, hay innumerables maneras de ayudar, por ejemplo, conseguir una computadora portátil, investigando empleos posibles o preparando una habitación en una vivienda compartida con sábanas y toallas.

“Hay muchos desafíos para las personas cuando salen de la cárcel, razón por la que hay un nivel tan alto de reincidencia”, explica Overland, feligrés de San José. “Necesitas un trabajo, pero no puedes conseguirlo hasta que consigas un carnet de identificación, y no puedes tener un carnet hasta que no tengas una dirección postal y un lugar para vivir”, nos cuenta. “Las personas simplemente son liberadas y se espera que puedan manejarse solas en un sistema con el que nunca antes tuvieron que lidiar”.

OPOP busca facilitar ese proceso.

“Caminamos con él”, afirma Linda Ellis sobre la relación con Wes. “Todos deseamos que Wes logre lo que se propone, pero él es la fuerza motriz para alcanzarlo. Espero que lo pueda lograr.”

UNA PARROQUIA, UN PRESO undergroundministries.org/opop

Noroeste Católico - Noviembre 2020