Luego de sobrevivir, junto a su familia, el comunismo en Vietnam, Van Phan se comprometió a servir siempre a Dios.

 Afuera de una tienda de comestibles de Everett en una noche oscura y lluviosa de noviembre, algunos hombres que parecen cargar con ellos todas sus pertenencias se reúnen debajo de un alero para escapar de la lluvia. 

Una camioneta blanca se detiene en el estacionamiento, sus pasajeros buscan personas necesitadas.

“¿Quieres algo de comida?”, pregunta el conductor.

Varios voluntarios de MercyWatch, un programa de ayuda a las personas que viven en las calles del condado de Snohomish, salen de la camioneta con bolsas de sándwiches, fruta y agua. Ofrecen calcetines limpios y suministros básicos de primeros auxilios.

Uno de los voluntarios es Van Phan, de 84 años, que ofrece artículos de tocador y calentadores de manos a los hombres. Un hombre corpulento vestido con un gorro y con un palito de piruleta que sobresale de su boca hace una pregunta no dirigida a nadie en particular: “¿Pueden hacerme un favor y rezar por todos nosotros aquí?”

Phan, miembro de la parroquia de Santa María Magdalena en Everett, inmediatamente coloca su mano en su brazo. Inclinando la cabeza, invocando el nombre del Señor, reza en ese mismo momento.

Después, Phan pregunta: “¿Rezas el rosario?”. Saca un rosario de cuentas de plástico verde del bolsillo de su abrigo y lo pone en la mano del hombre, mostrándole cómo llevarlo en la muñeca y envolver la cruz en la palma de su mano. 

Luego, el grupo regresa a la camioneta y se dirige al siguiente callejón o estacionamiento para ofrecer comida a otros necesitados. 

Phan recorre las calles con el grupo de voluntarios todos los martes y jueves por la noche, sin falta, “a menos que esté enferma”, agregó el diácono Dennis Kelly, quien fundó MercyWatch hace siete años. “Pero casi nunca se enferma”. 

Esa dedicación al voluntariado es, de por sí, muy admirable; pero MercyWatch es solo una de las muchas formas en que Phan sirve a Dios.

Enfermera jubilada y madre de cinco hijas, Phan trabaja regularmente como voluntaria en una clínica médica de Everett. Antes de la pandemia, pasaba los viernes por la noche orando con los reclusos en el Reformatorio del Estado de Washington, en el Complejo Correccional Monroe, donde brindaba cuidados paliativos a los reclusos moribundos. También ha pasado un tiempo considerable brindando servicios de hospicio como voluntaria en Providence Hospice  and Home Care.

Ha ahorrado el dinero que ganaba trabajando a tiempo parcial en un centro de cirugía ocular para pagar su viaje a países pobres para servir junto a monjas y sacerdotes allí: El Salvador, Sri Lanka, India, Haití y dos veces de regreso a su país de origen, Vietnam. El año pasado visitó Tanzania y Uganda. En enero, se ofreció como voluntaria en Puno, Perú. 

“La llamamos Sta. Van”, relató el diácono Kelly. “Cuando tenemos cosas personales por las que queremos que la gente rece, le pedimos que sea nuestra intercesora”.

Phan explicó que ese tipo de atención la avergüenza. “No me siento cómoda con eso, cuando me dicen: 'Eres una mujer santa'“, agregó. “Solo Dios es santo. Alabado sea el Señor, no proviene de mí, sino de Dios. Dar gracias al Señor por mí está bien”, aclaró Phan. “Pero no me elogien. Solo soy un instrumento”.

Van Phan prepara sándwiches que ella y otros voluntarios de MercyWatch distribuirán entre las personas que viven en las calles de Everett. (Foto: Stephen Brashear)

La fe católica forjada en Vietnam

Phan recuerda claramente haberse convertido al catolicismo durante su juventud en Vietnam. Sus padres enviaron a sus cinco hijos y dos hijas a una escuela católica. “Mi hermano mayor, mi hermana pequeña y yo nos convertimos al catolicismo”, expresó. 

Pero fue mucho más tarde, casada y con hijos propios, que abrazó verdaderamente su fe. 

Recuerda los días de la década de 1970, después de la retirada militar de Estados Unidos de Vietnam, cuando los comunistas tomaron el control del país. Phan cree que su esposo, un capitán de barco privado y capitán de puerto, fue asesinado cuando lo confundieron con un miembro del ejército de Vietnam del Sur. Fue enviada a un campo de reeducación.

“Me interrogaban, todos los días, todos los días”, relató Phan, quien tenía un hijo de 1 año en ese momento.

Preguntaron si alguien podía venir y llevarse al bebé a alguna casa. El hermano de su marido, del norte de Vietnam, vino y se hizo cargo del bebé.

Luego, Phan y sus otros hijos pequeños fueron obligados a trabajar en campos de arroz remotos con “agua hasta el pecho”, recordó.

“Decían: 'Siembra el maíz'. No sé cómo sembrar el maíz”, relató Phan, quien había trabajado como partera. “Tienes que terminar un acre antes de poder irte a casa. Hay soldados con pistolas. Te quedas allí hasta que lo terminas, luego te vas a casa con un solo plato de arroz con sal blanca”.

Vivió bajo el régimen comunista durante siete años, y a veces oía hablar de un hermano que había escapado y había llegado a Guam, o de uno de sus hijos que escapó de un campo de trabajo, pero fue recapturado.

“A veces tengo pesadillas” de esa época de su vida, narró Phan. “Cuando vas con el mal, necesitas convertirte en malvado, de lo contrario no sobrevives.

“En confesión, digo: 'Dios, hice muchas cosas malas cuando estuve en Vietnam. Pido perdón'“. 

Van Phan le da una palmada en el brazo a un hombre sin hogar durante una de sus noches de voluntariado en MercyWatch. “Jesús, ayúdanos a encontrar a nuestros hermanos y hermanas necesitados. Ayúdanos a verte en ellos”, oró con los voluntarios antes de que salieran una noche. (Foto: Stephen Brashear)

‘Dios, ayúdame a criar a los niños’

Phan pudo salir de Vietnam y llegar a Estados Unidos, pero su familia era “muy, muy pobre”. 

Tenían refugio, dos habitaciones para todos, recordó Phan. “Oré: 'Dios, ayúdame a criar a los niños'“.

En los Estados Unidos, Phan pudo volver a la escuela para convertirse en enfermera certificada. Ella crió a sus hijos aquí, y ellos a su vez han criado a sus propios hijos.

Es por eso que “cumplí mi promesa a Dios, de servirle”, concluyó.

Phan dice que “vive pobre” y que no tiene necesidad de lujos.

“Tenemos refugio, tenemos comida para comer, tenemos ropa. Eso es suficiente”, manifestó. “Somos muy bendecidos”. 

En su semi-jubilación, Phan relató que tuvo la visión de ofrecerse como voluntaria para las personas que estaban muriendo. Eso la llevó al Hospicio de la Providencia.

Phan respondía llamadas a las 9 p.m. o incluso 10 p.m. si un paciente estaba cerca de la muerte. “Iré de inmediato”, decía. “No quiero que un paciente muera antes de verlo”.

Su papel era sentarse junto a la cama y tal vez consolar a los seres queridos que no estaban seguros de qué hacer. 

“A veces los pacientes no eran cristianos, no eran católicos. Respetamos eso”, explicó Phan. “Pero dentro de mi corazón, yo oraba”. 

Fue Dios, explicó Phan, quien la llevó al ministerio en la prisión de Monroe. Iba a la Misa de los viernes por la noche, a veces simplemente para compartir sus creencias y rezar. También brindaba cuidados paliativos en la sala del cuarto piso del hospital. Relató que a las familias no se les permitía estar allí, por lo que visitaba a los reclusos para consolarlos.

“Van era muy fiel al venir todos los viernes por la noche”, recordó Al Larpenteur, miembro de la parroquia de Santa Teresa de Calcuta en Woodinville, quien era el capellán católico en Monroe en ese entonces. Los reclusos, agregó, “valoraban su presencia y atención”.

Phan enseñó a los reclusos a rezar. “Les decía que digan solo tres cosas: 'Jesús, te amo, ten piedad de mí y salva mi alma'. Les insistía: 'Sigue repitiendo eso. No estás solo aquí'“. 

Dice que ha sido testigo de milagros a través de su trabajo, como el recluso en un hospicio que contó que una noche su celda se iluminó y vio a Jesús. El hombre le dijo a Phan: “No quiero estar aquí. Quiero ir con él”.

'Ayúdanos a verte en ellos'

De vuelta en Everett, el equipo de MercyWatch casi se ha quedado sin sándwiches, por lo que deciden terminar la noche visitando algunos rostros conocidos afuera de una tienda de repuestos para automóviles. 

Al salir de la furgoneta, Phan camina hacia una carpa que tiene algunas pertenencias colocadas contra la pared de la tienda. 

“¡Hola, Russ! Hay comida para ti”, grita. 

Pero el hombre, al que conoce como Russ, está caminando hacia el tráfico en Rucker Avenue, gritando cosas incomprensibles. 

Es un recordatorio del momento vivido más temprano en la noche, antes de subir a la camioneta, cuando Phan dirigió al grupo de voluntarios en oración.

“Jesús, ayúdanos a encontrar a nuestros hermanos y hermanas necesitados”, pronunció. “Ayúdanos a verte en ellos”.