Fortalece tu relación con Dios por medio de la contemplación ignaciana

Establecer una relación personal con Dios puede ser complicado. La persona de Jesús y la presencia de Dios a veces parecen evasivas, difíciles de experimentar. 

Esto es frustrante porque, como San Ignacio de Loyola escribe en sus Ejercicios Espirituales: “El objetivo de nuestras vidas es estar con Dios para siempre”. Observen que no dijo debería ser nuestro objetivo. Este deseo es innato, forma parte de la fibra misma de nuestro ser. Y el objevito es estar con Dios  siempre — no solo después de morir, sino ahora y siempre.

Afortunadamente, San Ignacio nos dejó un método de oración — la contemplación ignaciana — que nos puede ayudar a lograr una relación más cercana con Dios.  

La contemplación ignaciana enciende nuestra imaginación y ofrece una oportunidad para experimentar personalmente a Jesús y a Dios. Nos invita a poner a un costado el “lado pensante” de nuestro cerebro — el lado controlado por nuestro intelecto y nuestras emociones — para dar rienda suelta a nuestra imaginación para poder explorar. La experiencia de Ignacio con la contemplación le llevó a creer que la imaginación es un maravilloso conducto que el Espíritu Santo puede utilizar para ayudarnos a ponernos en la presencia de Dios. 

Ubícate en el pasaje

La contemplación ignaciana es relativamente sencilla. Implica leer un pasaje (generalmente de las Escrituras) varias veces y luego ubicarse en ese pasaje. Asuma el papel de uno de los personajes, intente experimentar la historia como lo hace ese personaje, y luego "póngase en su lugar" y vea a dónde lo lleva su imaginación (con la ayuda del Espíritu Santo).

Uno de mis pasajes favoritos es la historia del Evangelio de Marcos donde Jesús le pregunta a Bartimeo, un mendigo ciego: "¿Qué quieres?" Leo el pasaje varias veces, elijo un personaje de la historia, leo el pasaje nuevamente y me coloco en la escena imaginando detalles específicos.

Me imagino el calor del sol del desierto, el polvo de la carretera, la quietud del aire, los sonidos de la multitud e incluso lo que llevo puesto. A veces soy Bartimeo pidiéndole misericordia a Jesús. A veces soy uno de los discípulos y me pregunto qué hará Jesús. A veces soy una persona entre la multitud, primero amonestando a Bartimeo por gritar y luego alentándolo a hablar con Jesús una vez que lo llaman. Y a veces soy solo un espectador, tratando de averiguar quién es esta persona de Jesús. Luego me siento en silencio, con los ojos cerrados, dejando que la historia y los detalles invadan mi mente.

Déjate llevar por la imaginación

La belleza de dejar que mi imaginación tome la iniciativa en la oración es que a menudo experimento cosas que no tenía previsto, y estas sorpresas pueden acercarme a Dios. Ignacio enfatizó prestar atención a lo que sucede dentro de nosotros mientras usamos la imaginación. ¿Qué me mueve y por qué? ¿Qué o quién me atrae? ¿Me invitan o me desafían a tomar medidas? ¿Qué preguntas tengo?

Como Bartimeo, puedo imaginarme a Jesús preguntándome: "¿Qué quieres?" y luego esperando a que responda. Así que me enfrento a una pregunta muy desafiante que Jesús me hizo personalmente.

Como uno de los discípulos, a veces siento la ansiedad o la incertidumbre que deben haber sentido al seguir a Jesús. Me los imagino preguntándose: "¿Qué va a hacer con este hombre?" o, "¿y si me hiciera esa pregunta a mí?"

Como miembro de la multitud, a veces siento el deseo hipócrita de decirle a Bartimeo que se quede callado y luego animarlo a hablar. O me maravillo de que Jesús le diga a Bartimeo al final de la escena: "Tu fe te ha salvado", y pienso para mis adentros: "Vaya, desearía tener esa fe".

Experimenta a Jesús

Si bien la contemplación ignaciana puede funcionar con cualquier tipo de lectura, generalmente encuentro las narrativas del Evangelio las más apropiadas. Me encanta situarme en el pasaje del primer milagro de Jesús del Evangelio de Juan: las bodas de Caná. ¿Cómo se sintió María cuando instó a su hijo a comenzar su ministerio? ¿Qué consideró Jesús que lo llevó a cambiar de opinión y realizar el milagro? ¿Cómo cambió la percepción que tenían los discípulos del hombre al que seguían cuando presenciaron su poder?

Otro pasaje que utilizo es el relato de Lucas sobre el encuentro de Jesús con el recaudador de impuestos, Zaqueo. ¿Qué llevó a Zaqueo a estar tan interesado en Jesús que se subió a un árbol solo para verlo? ¿Tengo ese tipo de deseo? ¿Qué sintió cuando Jesús se autoinvitó a comer a la casa de Zaqueo? Como miembro de la multitud, siento envidia de Zaqueo y me pregunto cómo me podrían invitar a cenar con Jesús.

La contemplación ignaciana me da la oportunidad de experimentar a Jesús en lugar de rezarle o pensar en Él. Así como experimentar a las personas en mi vida me ayuda a construir relaciones más sólidas con ellas, experimentar la persona de Jesús a través de mi imaginación me ayuda a sentir una conexión personal con Jesús y Dios. En la historia de Zaqueo, ser una de las personas en la multitud a menudo me impulsa a considerar las formas en que Jesús me invita todos los días a su presencia.

20 minutos de tu vida

Orar con la imaginación es diferente de la mayoría de las formas de oración, y se necesita práctica para ser bueno en eso. Si eres nuevo en esta forma de oración, te sugiero que dejes unos 20 minutos para intentarlo: cinco minutos para leer y absorber el texto, elegir un personaje y leer el pasaje de nuevo con tu personaje en mente; 10 minutos para dejar que su imaginación se haga cargo y le guíe a través de la historia; y cinco minutos para reflexionar sobre la experiencia (personalmente, me parece útil escribir un diario).

No se frustre si no le resulta fácil o si su mente se distrae mientras intenta experimentar la historia. Invitamos a nuestra mente a hacer algo diferente, por lo que es natural que se desvíe. Es posible que deba probarlo varias veces para dominarlo, pero confíe en que cuanto más lo intente, mejor se volverá en él.

La contemplación ignaciana es una forma de oración rica y muy personal, un complemento maravilloso de otras formas de oración. Puede darnos una idea de cómo obra la Divinidad a través de nosotros y, en última instancia, puede ayudarnos a alcanzar nuestro deseo más profundo: estar con Dios.

Matt Barmore es maestro y ex-director de la Escuela Preparatoria de Seattle y del Centro para la Espiritualidad Ignaciana y miembro de la Parroquia Nuestra Señora del Lago en Seattle. 


El ciego Bartimeo — Marcos 10, 46–52

Nicolas Poussin, “The Healing of the Blind of Jericho”/WikiArt

Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mi! Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Entonces Jesús,   deteniéndose, mandó llamarle y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. Él entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.

 

Zaqueo el recaudador de impuestos — Lucas 19, 1–10

Bernardo Strozzi, “The Conversion of Zacchaeus”/artbible.info

Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.

Las bodas de Caná — Juan 2, 1–11 

Carl Bloch, “The Wedding at Cana”/Wikimedia Commons

Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino.  Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere. Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él.

Noroeste Católico – Julio/Agosto 2021