La antigua mitología griega creó la historia de Orión, el castigado gigante ciego, guiado por el enano Cedalión quien, montado en sus hombros, lo conduce hacia la aurora convencido de que el radiante sol le hará recuperar la visión.

Con esto en mente, el ingenioso inglés Isaac Newton, descubridor de las leyes de la gravedad, la inercia y la velocidad, acuñó la frase: “Si tenemos visión es porque estamos sobre los hombros de gigantes”, queriendo subrayar con ello, simplemente, que somos receptores de tantos hombres y mujeres que nos han precedido y legado su sabiduría en cada campo.

En la perenne búsqueda de Dios, la humanidad agigantada se ha quedado ciega y ha tenido que ser guiada hacia la luz por aparentes “enanos” ante el mundo (santos-místicos), intentando recuperar la vista, y así encontrar el camino, y el sentido de nuestra existencia en este mundo.

Los grandes logros de la humanidad en todas las latitudes del planeta y a través de la historia nos hacen creernos gigantes. Pero los tropezones, las caídas constantes y dolorosas nos hacen darnos cuenta de que caminamos ciegos y necesitamos humildemente pedir la guía de los “enanos” para encontrar la luz, es decir, para caminar hacia Dios, que es el único que ilumina nuestras mentes y corazones derrotando nuestra ceguera.

La sabiduría personal se la debemos a nuestros padres, familiares y amigos; en nuestro desarrollo social somos deudores de tantos lideres que nos han presentado nuevas formas de convivencia, de dignidad, de respeto, de justicia y de bienestar. En lo religioso, gracias a tantos santos y santas seguimos expandiendo nuestra visión de lo que Jesucristo nos ha querido mostrar para ser plenamente humano-divinos.

El Verbo eterno de Dios — el gigante de nuestra fe — se hizo “enano” al asumir nuestra naturaleza carnal. Cristo “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres… hasta la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2,6-8). “Siervos inútiles somos, solo hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lucas 17,10b).

Nuestro “gigante” Jesús, que se hizo Siervo, nos lleva a todos, como buen Pastor, sobre sus hombros para que tengamos visión, podamos descubrir el camino hacia la luz, y salvarnos de caer en los barrancos de la desesperanza, la falta de dirección, o la fatiga de seguir buscando en la obscuridad.

María se proclamó a sí misma como la “esclava del Señor”, cumpliendo con docilidad su excelsa misión que transformó para siempre nuestra historia terrenal. Esa pequeña “gigante” nos regaló la visión del Reino de Dios en este mundo, con tanta belleza, a pesar de nuestros ciegos tropiezos. Y nos invita a exclamar: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada”.

Subámonos a los hombros de Jesús para aprender a ver que el entregar nuestra vida a los demás, es traer, como María, luz al mundo. Seamos felices “enanos” en hombros del Gigante que nos ama.

Northwest Catholic – Abril/Mayo 2024