Durante los últimos meses, he estado pasando un fin de semana de cada mes con los monjes en la Abadía de San Martín. Tenía una necesidad de paz y descanso, lejos de las noticias y del conflicto. Deseaba ansiosamente tener conversaciones acerca de Jesús. Y quería hablar en el lenguaje de los salmos, con palabras que sanan mi alma.

La primera cosa que notas acerca de los monjes es su vestimenta. Largos hábitos negros y túnicas con capuchas. Estas vestimentas los hacen diferentes, personas santas, apartadas para Cristo. La segunda cosa que notas es lo increíblemente despacio que caminan. Aunque sus días son bastante estructurados entre oraciones, comidas y trabajo, caminan como si no tuvieran que llegar a ningún lugar más que aquí donde se encuentran.

Cuando tengo conversaciones con estos maravillosos hombres de Dios, sus palabras son medidas. El lenguaje y las palabras están salpicados de gentileza, bondad y verdad. No hay que agregarle nada más. Estas charlas te dan la sensación de estar con los pies en la tierra, sobre suelo firme, pero cerca de Dios. 

Estos hermanos en Cristo son hombres santos. Pienso en ellos, allá en la colina arriba de la Universidad de San Martín, y encuentro consuelo sabiendo que están orando por mí, por nosotros, por la Iglesia. 

Pero luego recuerdo que no son solo estos hombres los que están llamados a ser santos. Yo también, como Cristiana, como católica, estoy llamada a ser santa.

Si soy sincera conmigo misma, yo sé que, aparte de los monjes, hay una parte de mí que se burla de ese tipo de cristianos que son tan evidentemente diferentes al resto de nosotros. Esos cristianos que revelan sus pensamientos de Jesús en la vestimenta que lucen, en la comida que comen, en el lugar donde pasan su tiempo y con quiénes frecuentan, y que están atentos a la información que permiten que entre en sus mentes y almas. 

Estos cristianos piensan en Jesús en cada paso, reaccionan de manera diferente ante el conflicto, y su forma de comunicación es diferente. Mientras el resto de nosotros está mareado las últimas atrocidades, ellos permanecen calmos, a veces incluso alegres. Ellos son un mundo aparte del resto de nosotros. 

Aparte. Eso es lo que la palabra santo significa. Sagrado.

Estamos llamados a ser santos. 

San Pedro nos recuerda tener autocontrol para vivir sobriamente. Pon tus esperanzas completamente en la gracia de Jesucristo. No actúes como lo hiciste antes de conocer a Jesús. No intentes encajar en el mundo que te rodea. “Vivan una vida completamente santa, porque santo es aquel que los ha llamado. Escrito está: “Sean santos, porque yo soy santo”. 

Yo estoy sintiendo eso. Pienso que esa es la razón por la cual termino regresando a la abadía para estar con los monjes. Siento ese llamado y esa convicción, para mi, para mi familia y para nuestra Iglesia, de ser santo. Ya no tengo miedo de que me miren raro ni de que se rían de mí. 

Es la hora, para nuestro sentido de comunidad, nuestro sentido de justicia, y nuestra Iglesia, de ser completamente diferentes. Estar aparte, ser santos y completamente dependientes de la gracia de Jesús.

Noroeste Católico – Junio/Julio 2022