Recientemente, recibí unas disculpas. Era algo que sabía que sucedería.
Sabía que llegaría porque me había sido revelado durante mi momento de oración.
Algunos de ustedes estarán pensando: “¡¿Qué?! ¿De qué está hablando?” Pero algunos de ustedes sabrán exactamente de qué estoy hablando. A veces las cosas surgen en la oración y no sabemos exactamente por qué. Pero si esperas un momento, lo piensas, lo analizas, le preguntas a Jesús por qué estos pensamientos están en tu mente y te quedas en silencio por solo un minuto, comenzarás a ver por qué.
Yo no sabía quién se iba a disculpar conmigo. Pero sabía que alguien lo haría. Y sabía que Jesús me lo estaba mostrando para que yo sea amable.
Pero permítame que le diga que yo no quería se amable.
Estos últimos dos años han sido agotadores. He sido abandonada por amigos. Han hablado de mí. He sido excluida de comunidades. Estuve envuelta en líos por cosas que nunca hice. O cosas que las personas creían que estaban mal. Y se vengaron de mí por decir la verdad.
Muchas de las personas que me hicieron estas cosas eran personas que yo consideraba cercanas a mí.
Mis amigos. Mi comunidad. Mi familia en Cristo.
Y yo no quería ser amable. No quería perdonar.
Cuando Jesús me reveló que alguien se disculparía, de hecho, comencé a rezar diciendo: “¡Pero es que no sabes lo dolida que estoy!”
¿Quién creía que era? Jesús había vivido todo esto. Vivió la traición a un nivel mucho más profundo del que yo jamás he vivido ni viviré…y hubo momentos que Yo fui quien le abandonó.
En el Padre Nuestro oramos: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Estamos para perdonar porque él nos perdonó primero. Nuestra fe se basa en el perdón.
Cuando rezo esas líneas del Padre Nuestro, me vienen a la mente los rostros de quienes me hicieron daño. Puedo verlos tan claramente que siento como si alguien me estuviera dando una patada en el estómago. Yo sé que debo perdonarles.
Jesús estaba preparando mi corazón para que yo fuera amable con esta persona cuando me pidiera perdón. Como cristianos, estamos predispuestos a la gracia y al perdón. Nunca debemos olvidar eso.
Fue más adelante esa semana cuando la encontré esperándome al lado de mi coche. Una mujer cuyo rostro a veces aparece en mi mente cuando rezo el Padre Nuestro. Me sorprendió verla, se me erizó un poco la piel, pero dije “hola” de una forma acogedora que solo pudo venir de Dios. Ella dijo que me estaba esperando porque quería disculparse. Y yo supe que este era el momento para el que Jesús me había estado preparando.
No es fácil acercarse a alguien a pedir perdón. El darse cuenta de que las cosas que has hecho fueron dolorosas y dañinas para alguien. Me imagino que muchos de nosotros, incluyéndome a mí misma, tenemos cosas de qué disculparnos, las maneras hirientes en que actuamos, sobre todo durante estos últimos años.
Efesios dice: “Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo” (4, 32). Y cuando Pedro le preguntó a Jesús cuántas veces debemos perdonar a una persona que peca contra nosotros, Jesús respondió: “no siete veces, sino setenta veces” (Mateo 18, 22).
“¿Me perdonarás?” ella preguntó.
Sí, lo hare.
Noroeste Católico – Agosto/Septiembre 2022